Porfirio Díaz casi no dejó ningún poder a los
gobernadores ni a las autoridades locales. El tomaba todas las decisiones. Los
diputados y los senadores aprobaban todas sus iniciativas. La opinión pública
debía estarle siempre agradecida. No se permitía ninguna confrontación de ideas
ni de opiniones.
El presidente se reeligió varias veces. Por largo tiempo
esa fórmula funcionó porque el país anhelaba la paz y la prosperidad, y porque
el gobierno de Díaz logró un impresionante impulso económico. Pero con el
tiempo los defectos de la situación se fueron agudizando. A un lado de la
creciente desigualdad y del clima de injusticia que se vivía, sobre todo en el
campo, el problema más grave fue que no había oportunidad para que quienes
deseaban participar en la política pudieran hacerlo.
no me ayuda
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